jueves, 31 de mayo de 2012

Reseña del escritor Fabio Martínez sobre El Pianista que llegó de Hanburgo





La diáspora colombiana
El pianista que llegó de Hamburgo
Por: Fabio Martínez

Universidad del Valle. Profesor titular

Jorge Eliécer Pardo © Triunfo Arciniégas
En el mundo de la literatura colombiana, existe una amplia bibliografía literaria que nos habla de la historia de los colombianos que deciden abandonar el país y se van a instalar en otra cultura. A esta historia se le conoce con el nombre de la diáspora colombiana. Pero, quizás, debido a nuestro egocentrismo provinciano, nuestra literatura le ha dedicado muy pocas páginas al proceso inverso del exilio; o sea, al proceso de la presencia de extranjeros que decidieron un día abandonar su patria y venirse a instalar al país.
De este rico proceso, da cuenta la primera novela de Jorge Eliécer Pardo, titulada El jardín de las Weismann (1977), que narra la historia de una familia alemana que huyendo de la guerra en Europa, decide venir a vivir a Colombia. Esta novela, que en su momento fue calificada por la crítica como una “novela de la violencia”,  introducía, así mismo,  otra lectura interpretativa, que no se vio en aquel momento: la referencia al viaje y exilio de los extranjeros en Colombia.
Después del Jardín de las Weismann, vale la pena citar aquí cuatro novelas que hacen parte de esta temática, contribuyendo al enriquecimiento de nuestra literatura: La otra raya del tigre (1977) de Pedro Gómez Valderrama, que narra el viaje de Geo von Lengerke a tierras santandereanas, en la segunda mitad del silgo XIX; El rumor del Astracán (1991) de Azriel Bibliowickz, que cuenta el éxodo de los judíos al país, en el siglo XX; La caída de los puntos cardinales (2000) de Luis Fayad, que describe el viaje de los árabes (mal llamados “turcos”)  a Colombia en esta misma centuria; y la reciente novela de Fernando Cruz Kronfly, titulada Destierro (2012), que retoma el tema de Fayad, a través del éxodo de una familia de origen sirio.
En su última novela El pianista que llegó de Hamburgo (Cangrejo Editores, 2012) el escritor colombiano Jorge Eliécer Pardo retoma este tema que ya estaba presente en su ópera prima, enriqueciendo la literatura sobre migraciones y desplazamientos.
El pianista que llegó de Hamburgo narra el largo viaje que hace el músico Hendrik Pfalzgraf desde su ciudad natal a Colombia. El joven Hendrik es una de las víctimas del holocausto nazi, que ante la posibilidad inminente de terminar en un campo de concentración, se embarca a América y se instala en el tradicional barrio La Candelaria de Bogotá.
El destino de Hendrik estará marcado por un hilo negro e invisible, que no cesa desde su partida de Alemania hasta cuando llega a un país suramericano marcado, así mismo, por el signo de la muerte. Hendrik es un artista romántico que desea un mundo mejor para poder servirle a la humanidad, pero el destino, que es fatum de la historia, lo sumerge y lo ancla en un mundo donde la violencia y la muerte están a la orden del día.
Desde su llegada a Bogotá, Hendrik se propone crear una escuela de música y enseñarle el arte de las musas a los niños y jóvenes de la ciudad, pero enseguida, se encuentra con un país xenofóbico y provinciano donde sus dirigentes e intelectuales (verbigracia, el inefable Canciller Luis López de Mesa de la época que aparece en la novela), mantienen una posición intolerante hacia los inmigrantes judíos, que llegaron por Barranquilla, huyendo de la guerra europea, en los años cuarenta. Como Geo von Lengerke, el personaje de la novela de Gómez Valderrama, Hendrik quiere huir de una guerra, y se encuentra con otra: la interminable guerra colombiana.

Pero la novela de Pardo no sólo se detiene en describir el periplo tanático del joven músico Hendrik, sino que a través de éste, nos va mostrando la historia de una ciudad y de un país, en el siglo pasado. Aquí, historia y ficción literaria se unen como una pareja indisoluble, para poner al desnudo las heridas profundas de una nación, que siempre se ha resistido a la modernidad. Cuando hablo de modernidad, no me estoy refiriendo aquí a la modernidad material sustentada en los autos, los electrodomésticos o los Black Berry que consumimos a diario, sino a la modernidad de las ideas, que siempre ha sido avara en nuestro país.
En la novela del escritor tolimense, a Hendrik le toca sufrir el ominoso episodio que sufrieron los cientos de judíos, que estuvieron presos y bajo sospecha, en el Hotel Sabaneta de Fusagasugá; sobrevive en el barrio La Candelaria a la turbamulta enardecida, que ante el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, decide vengar la muerte de su líder; pasa una pequeña temporada en infierno, en los LLanos Orientales donde se iniciaron las guerrillas colombianas; es testigo del ascenso del grupo M-19 en la década del setenta; del auge del narcotráfico y del paramilitarismo; cerrando su ciclo tanático, en la famosa calle del Cartucho de Bogotá, a donde van los deshechables de la sociedad.
El pianista que llegó de Hamburgo representa el fatum trágico de los hombres, que queriendo robarle el sol a los dioses -como Prometeo-, sucumben ante la historia, que no perdona ni a los músicos.

martes, 29 de mayo de 2012

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Comentario del escritor y catedrático Fabio Martínez




La diáspora colombiana
El pianista que llegó de Hamburgo

Por: Fabio Martínez

Universidad del Valle. Profesor titular


Jorge Eliécer Pardo © Triunfo Arciniégas



En el mundo de la literatura colombiana, existe una amplia bibliografía literaria que nos habla de la historia de los colombianos que deciden abandonar el país y se van a instalar en otra cultura. A esta historia se le conoce con el nombre de la diáspora colombiana. Pero, quizás, debido a nuestro egocentrismo provinciano, nuestra literatura le ha dedicado muy pocas páginas al proceso inverso del exilio; o sea, al proceso de la presencia de extranjeros que decidieron un día abandonar su patria y venirse a instalar al país.
De este rico proceso, da cuenta la primera novela de Jorge Eliécer Pardo, titulada El jardín de las Weismann (1977), que narra la historia de una familia alemana que huyendo de la guerra en Europa, decide venir a vivir a Colombia. Esta novela, que en su momento fue calificada por la crítica como una “novela de la violencia”,  introducía, así mismo,  otra lectura interpretativa, que no se vio en aquel momento: la referencia al viaje y exilio de los extranjeros en Colombia.
Después del Jardín de las Weismann, vale la pena citar aquí cuatro novelas que hacen parte de esta temática, contribuyendo al enriquecimiento de nuestra literatura: La otra raya del tigre (1977) de Pedro Gómez Valderrama, que narra el viaje de Geo von Lengerke a tierras santandereanas, en la segunda mitad del silgo XIX; El rumor del Astracán (1991) de Azriel Bibliowickz, que cuenta el éxodo de los judíos al país, en el siglo XX; La caída de los puntos cardinales (2000) de Luis Fayad, que describe el viaje de los árabes (mal llamados “turcos”)  a Colombia en esta misma centuria; y la reciente novela de Fernando Cruz Kronfly, titulada Destierro (2012), que retoma el tema de Fayad, a través del éxodo de una familia de origen sirio.
En su última novela El pianista que llegó de Hamburgo (Cangrejo Editores, 2012) el escritor colombiano Jorge Eliécer Pardo retoma este tema que ya estaba presente en su ópera prima, enriqueciendo la literatura sobre migraciones y desplazamientos.
El pianista que llegó de Hamburgo narra el largo viaje que hace el músico Hendrik Pfalzgraf desde su ciudad natal a Colombia. El joven Hendrik es una de las víctimas del holocausto nazi, que ante la posibilidad inminente de terminar en un campo de concentración, se embarca a América y se instala en el tradicional barrio La Candelaria de Bogotá.
El destino de Hendrik estará marcado por un hilo negro e invisible, que no cesa desde su partida de Alemania hasta cuando llega a un país suramericano marcado, así mismo, por el signo de la muerte. Hendrik es un artista romántico que desea un mundo mejor para poder servirle a la humanidad, pero el destino, que es fatum de la historia, lo sumerge y lo ancla en un mundo donde la violencia y la muerte están a la orden del día.
Desde su llegada a Bogotá, Hendrik se propone crear una escuela de música y enseñarle el arte de las musas a los niños y jóvenes de la ciudad, pero enseguida, se encuentra con un país xenofóbico y provinciano donde sus dirigentes e intelectuales (verbigracia, el inefable Canciller Luis López de Mesa de la época que aparece en la novela), mantienen una posición intolerante hacia los inmigrantes judíos, que llegaron por Barranquilla, huyendo de la guerra europea, en los años cuarenta. Como Geo von Lengerke, el personaje de la novela de Gómez Valderrama, Hendrik quiere huir de una guerra, y se encuentra con otra: la interminable guerra colombiana.

Pero la novela de Pardo no sólo se detiene en describir el periplo tanático del joven músico Hendrik, sino que a través de éste, nos va mostrando la historia de una ciudad y de un país, en el siglo pasado. Aquí, historia y ficción literaria se unen como una pareja indisoluble, para poner al desnudo las heridas profundas de una nación, que siempre se ha resistido a la modernidad. Cuando hablo de modernidad, no me estoy refiriendo aquí a la modernidad material sustentada en los autos, los electrodomésticos o los Black Berry que consumimos a diario, sino a la modernidad de las ideas, que siempre ha sido avara en nuestro país.
En la novela del escritor tolimense, a Hendrik le toca sufrir el ominoso episodio que sufrieron los cientos de judíos, que estuvieron presos y bajo sospecha, en el Hotel Sabaneta de Fusagasugá; sobrevive en el barrio La Candelaria a la turbamulta enardecida, que ante el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, decide vengar la muerte de su líder; pasa una pequeña temporada en infierno, en los LLanos Orientales donde se iniciaron las guerrillas colombianas; es testigo del ascenso del grupo M-19 en la década del setenta; del auge del narcotráfico y del paramilitarismo; cerrando su ciclo tanático, en la famosa calle del Cartucho de Bogotá, a donde van los deshechables de la sociedad.
El pianista que llegó de Hamburgo representa el fatum trágico de los hombres, que queriendo robarle el sol a los dioses -como Prometeo-, sucumben ante la historia, que no perdona ni a los músicos.

Cubrimiento internacional


Video Palabra viva, de Señal Colombia

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Revista Mefisto

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Entrevista en EFE

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Comentario Roberto Monroy sobre El pianista que llegó de Hamburgo

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Comentario de Luz Mary Giraldo, El Espectador

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Comentario de la agencia EFE


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domingo, 13 de mayo de 2012

ENSAYO DE LUZ MARY GIRALDO



El pianista que llegó de Hamburgo:
las tragedias de la historia y la música como redención

Edición del domingo 13 de mayo de 2012 en el diario El Espectador

                                                                                                            Luz Mary Giraldo[1]

Años después de conocer las travesías de las Weismann por Europa, antes de llegar a algún rincón de esta América, seguimos los trayectos de Hendrik Joachim Pfalzgraf, quien, como ellas, llega a Colombia huyendo de la Segunda Guerra Mundial y se encuentra con el estallido de la Violencia partidista. Estamos ante dos novelas y dos momentos históricos paralelos: El jardín de las Weismann (1982), publicada en 1978 como El jardín de las Hartmann, y El pianista que llegó de Hamburgo (2012). En las dos se debate la terrible experiencia de la persecución nazi y el horror de la muerte, y se confronta la no menos horrorosa violencia vivida en nuestro país, desde la muerte de Gaitán. Las dos hablan de judíos inmigrantes, de seres que pierden su patria y a su manera buscan asidero en la existencia. En este sentido está en la línea de obras como Gentes en la Noria, de Simón Brianski, El rumor del astracán, de Azriel Bibliowicz, Los elegidos, de Alfonso López Michelsen, El salmo de Kapplan, de Marco Schwart y Los informantes, de Juan Gabriel Vásquez. Además, esta novela de Pardo pone en contexto la realidad colombiana, al hablar de desplazados que han debido abandonar sus territorios en busca del lugar que está en ninguna parte y que puede llegar a concentrarse en ese infierno que gravita en el submundo de la gran ciudad, alegoría de la diversidad de factores en conflicto que al prolongarse a nuestros días han alimentado nuestro propio desastre.
El aquí y el allá se entrecruzan, al relacionar por alusión y evocación hechos históricos de otras partes, como la terrible Noche de los Cuchillos Largos o el énfasis con el que los Camisas Negras quisieron imponer el fascismo italiano, o La Noche de los Cristales Rotos asumida como una forma de venganza de Hitler contra quienes no estuvieron a su favor, que se asocian a la ficción de un niño que se hace adulto sintiendo que la “guerra tomaba el camino del no retorno”, un niño que entendía que “donde acaban las palabras empieza la música” y que debía salir de Alemania en junio de 1940, conducido por su tío Azriel hacia Norteamérica en busca de la tierra prometida. Sería un viaje sin regreso, que después de varias peripecias desviaría a Barranquilla y luego a Bogotá, en épocas del gobierno de Eduardo Santos. Se trataba de sobrevivir a costa de todo en un país que cerraba las puertas a los inmigrantes y que afirmaba como “un fenómeno comprobado en la historia universal”, según palabras autoritarias de uno de sus representantes, Luis López de Mesa y reafirmadas por un presidente conservador, quien decía que “el semita es el enemigo del país donde reside y está siempre listo a dañar a aquel país que lo acoge”.
Si las bellas alemanas de la primera novela encontraron sitio en un lugar andino donde los jardines florecían, y donde lograron distraer las angustias de las guerras que suceden como espejos enfrentados, atrajeron las ternuras del amor para reivindicar el deseo de vivir en toda su genealogía, Hendrik, el personaje de esta novela de Jorge Eliécer Pardo, el judío alemán de ojos azules, cabellos rubios y ensortijados que quedó huérfano a los dos años y tuvo que soportar encerrado en un sótano hasta huir como desertor, ese transeúnte impenitente que ama la música y los pianos, busca en muchas partes un lugar o, mejor, busca hogar para encontrar sosiego, al hallar el amor también encuentra la plenitud y también jirones de miseria en el abandono. La guerra que lo obliga a huir se prolonga como una pesadilla que resuena en su trayecto vital durante su largo medio siglo en Colombia: “huía de la guerra pero la guerra lo persiguió siempre”, dice la voz narrativa al comienzo, lo que a su vez anuncia en las primeras páginas una suerte de destino signado por su genealogía, en esos padres que estuvieron unidos por la desgracia de la guerra; pues ellos no imaginaron jamás “que su único hijo viviría, muy cerca y en su frágil corazón de artista, la violencia, en remotas tierras americanas”.
Novela de inmigrantes, de historia, de ciudad, de aprendizaje o iniciación, de amor y tragedia, narrada por una voz omnisciente que entra y sale del personaje mientras construye el relato que acompaña hechos o situaciones históricas y de ficción, en un avanzar de manera lineal pero a la vez jugando con tiempos y espacios, así como entrecruzando discursos históricos, políticos, de otras ficciones, de poemas, de personajes, del cine, de la música, del arte, de fotografías que miran, acusan y reflexionan, todo ello en un franco diálogo de textos que dan vida a la época o a los lugares referidos. Es importante destacar la presencia de los pianos y sus marcas, los fragmentos de partituras y las fotografías que parecen sostener las paredes, pues con ellos se muestra una historia de retazos y de referentes que se desvanecen.
Como toda novela de inmigrantes que se abren camino en la nueva sociedad a la que arriban, El pianista que llegó de la guerra lee y confronta la historia y la política nacional, y en algunos aspectos revisa la de Europa, particularmente la del Holocausto en esa primera mitad del siglo XX. Si el personaje se abre camino como músico en la ciudad gris en la que estalla el Bogotazo, también encuentra refugio en la creación de una familia que una vez constituida lo abandona a su suerte en el territorio colombiano, para verse sujeto a nuevas experiencias vitales que lo hacen retomar constantes procesos de iniciación. De ahí que podamos leerla también como la reiterada aventura de viaje de un personaje sometido a permanentes desplazamientos que en sí mismos son rituales de iniciación y purificación: cada lugar que convierte en su sitio de vivienda o de exploración (Bogotá, Villavicencio, la Selva, el Cartucho), cada encuentro con otro, cada relación amorosa, cada irse y volver, en fin, cada uno de sus trayectos y travesías es una forma de conocimiento y de comunicación que se fortalece con la música: de ahí la presencia de la escuela o la enseñanza de la música, la imagen imponente de los pianos que van y vienen redimiéndolo, de ahí el dolor de la pérdida de aquellos importados de Alemania que mueren consumidos por el fuego del 9 de abril de 1948.
Una de las modalidades de las epopeyas es la del viaje del héroe, quien cumple ciclos de aprendizaje hasta convertirse en personaje representativo. Hendrik encarna al héroe moderno que pasa de la epopeya a la novela. A diferencia del personaje clásico es, pues, un antihéroe que no regresa a casa para morir y encontrar honor y gloria, es más bien un inestable individuo que viaja, busca abrirse camino, conoce, aprende, se relaciona con otros y generalmente estos son “ángeles guardianes” que no sólo lo ayudan, acompañan y compensan, sino lo orientan y le abren ventanas. Son relaciones incompletas. Sólo la música, dondequiera que vaya lo libera, lo redime, lo hace menos infeliz. En sus momentos más álgidos, cuando no compone, interpreta un concierto, generalmente el Numero Uno de Brahms, con un instrumento imaginario. Algo de Schumann, de Chopin, de Debussy, un arpa que se rasgue en el llano, una canción o una lied que rompan el aire. Para él, como para Niestzche, “sin la música la vida sería un error”, pues, como dice quien narra: “La música alejaba los malos espíritus llamando a los buenos, que lo ayudarían a ser menos infeliz”.
La violencia que lo persigue se convierte en termómetro de una época, de unos países y de la Historia: por un lado sus reiteradas pesadillas que entretejen el pasado de la patria abandonada o la presencia de una mujer ideal que lo sostiene; por otro, el desangre que inunda a Colombia durante casi todo el siglo con las imágenes de los descamisados, las de los pájaros y los chulavitas, las de las guerrillas liberales y sus personajes legendarios, las de las dictaduras, las de los camaradas, las de las componendas políticas, las de las mafias, las del mas y tantas otras que sumadas entre sí muestran no sólo el resquebrajamiento de la sociedad y del territorio, sino la confluencia del desastre histórico.
La ciudad, Bogotá, se muestra hecha y deshecha; se reconoce en ella la paradoja: los desastres modernizan las urbes, ya que de la destrucción surgen los proyectos modernizadores que como la violencia, van aboliendo todo vestigio de memoria o van reconstruyendo lo perdido, armando lo nuevo con necesarias transformaciones arquitectónicas; en la ciudad se percibe el crecimiento demográfico causado por el desplazamiento, así como la creación de avenidas, del velódromo, del hipódromo, del estadio, de las casas Tudor y el estilo inglés, del desplazamiento de la Candelaria a Teusaquillo, a Chapinero, al norte, como una de las formas de tránsito social. Y si ella se desarrolla, también desde ella se nombra al país aludiendo sucesos o personajes emblemáticos que sugieren hitos históricos y fechas satisfactorias, “terapia del olvido histórico”: Luz Marina Zuluaga es elegida Miss Universo; Ramón Hoyos gana la vuelta a Colombia, se crea el Frente Nacional; en busca de estabilidad se viven “cacerías de brujas”, hasta llegar a un hecho culminante: el asesinato de Rodrigo Lara Bonilla. Así pues, desfilan, como una marcha fúnebre los años cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta, ochenta, prolongándose hasta la década de los noventa para mostrar un sitio sincrético y definitivo, alegoría de la devastación y la decadencia: El Cartucho, esa suerte de centro del dolor, del horror y la nada, suma de la historia y del despojo, lugar de los “hijos de los hijos de los menesterosos que desde el siglo XIX estuvieron asistidos en el Asilo de Mendigos (...)”. Lugar donde “se juntaban no sólo los que provenían de la miseria absoluta de la ciudad sino los espoleados por la guerra y el desamparo. Allí convergían de distintas zonas del país, primero con sus familias y luego desmembrados por la cloaca que todo lo destruye.”
Hendrik, es un personaje nacido en la guerra y perseguido, alimentado y devorado por la guerra. Gran paradoja para un individuo “que salió de Hamburgo huyendo de la guerra y que no era más que un expatriado que pretendía esconderse del exterminio”. Nacido para el amor, el amor lo atrapa, lo abandona y destruye. Ya el autor había explorado el tema del amor en sus obras anteriores, particularmente en Irene y en Seis hombres una mujer. Paradoja para alguien que encontraba en la poesía de Hölderlin la resonancia de sus propios sentimientos: “¿No es más bella la vida de mi corazón/ desde que amo?”. De ahí que leída como novela de amor, es claro que éste es remanso, refugio, amparo, sin embargo, los amores aquí son trágicos, pues no alcanzan la plenitud salvadora: abandonan y se ausentan, dejan en orfandad, en una soledad delirante que desequilibra y destruye.
Como en tantos autores contemporáneos, en esta novela de Jorge Eliécer Pardo, el arte es la única salida: en este caso la música que, contrario al amor y su muerte, acompaña. Es arte supremo, verdadera iniciación, fortaleza, redención, religión, es decir, en sentido estricto, religare, unión profunda, vibración del oído al corazón.


[1] Poeta y profesora de la Universidad Nacional de Colombia.

lunes, 7 de mayo de 2012

De los editores




En contadas ocasiones llegan a las manos del editor manuscritos tan limpios y elaborados, con una cautivante historia, rica en imágenes y en recursos literarios, con un referente histórico tan sustentado, como el que tuvimos la deferencia de recibir de Jorge Eliécer. Son verdaderamente escasas las obras a las cuales un escritor dedica 20 años de su vida. Esa dedicación, aunada a la estructurada formación literaria del autor, es la que podemos ofrecer hoy a nuestros lectores, en El pianista que llegó de Hamburgo; en ella, el espíritu de la música nos transporta por los claroscuros no sólo de la vida de un inmigrante...  también en los de la historia de Colombia, esta Patria bella y herida mil veces por la violencia, en donde sin embargo es posible el amor como fuerza salvadora y renovadora, que subyace de manera sublime en esta novela.
Estamos seguros que este pianista maravilloso escalará todos los ámbitos literarios porque lo merece, y estamos seguros que nuestros lectores se deleitarán en el reencuentro con la música clásica en las entrañables piezas de Chopin, de Brahms…  y desempolvarán además muchos de sus recuerdos a la luz de este  pianista y de su creador.
Mil gracias Jorge Eliécer por permitirnos ser tus editores, mil gracias por tu entusiasmo y por tu paciencia.  
Quisiera agradecer a Andrea y Adriana Beltrán, de Colombo Andina, nuestros impresores con quienes hacemos este camino. Sin su apoyo y el de su profesional equipo de colaboradores no podríamos lograr estas metas.
Permítanme hacer también un reconocimiento al esfuerzo del grupo de trabajo de Cangrejo Editores, a nuestro creativo Germán Bello a quien debemos la excelente portada, y a ustedes,  nuestros lectores quienes hacen posible que Cangrejo Editores siga viva.
Son ustedes nuestra razón de existir.
Mil gracias.
Leyla Cangrejo
Editora

domingo, 6 de mayo de 2012

2a parte de Los viajes presentidos


EL PIANISTA QUE LLEGÓ DE HAMBURGO

Presentación Feria Internacional del Libro de Bogotá



Cuando vamos a cine y miramos más allá de lo que una película nos enseña, entramos y nos imbuimos en el planteamiento, que es el epítome del largometraje, y sabemos desde el inicio de lo que trata el thriller. Cangrejo Editores se apunta con varios aciertos al publicar la novela EL PIANISTA QUE LLEGO DE HAMBURGO del escritor Jorge Eliécer Pardo. Creer en el autor, creer en un texto, apostar por él y poner en escena viva el corpus de un libro que en su portada nos plantea —como si se iniciara el recorrido de un filme— a través del expresionismo todo cuanto acontece en la narración, es un logro de importante valor literario y estético, máxime si en este mismo planteamiento, la portada nos sugiere con el lenguaje de la pintura, lo real, concerniente a su History line. En el close up de presentación, en el flash forward eterno de la portada está la totalidad del contenido, y nos corresponde a nosotros como lectores, ir a la primera página para recorrer sus caminos.

JM Stapper, JEP, Leyla Cangrejo (editora) Luz Stella Millán y Sergio Perozzo, abril 2012
Me alejo de los rigores de la literatura, la lingüística, la semiótica, y toda preceptiva científica o inculcada, (ejercicio que harán con suficiencia crítica mis compañeros de mesa desde sus condiciones de especialistas en la materia) y voy de manera individual, hacia la acumulación de un mundo particular de percepciones aprehendidas en el recorrido de las lecturas.

Jorge Eliécer es un bogador a-ficción-ado a navegar por los canales de la historia. Es un remero que escudriña los vericuetos de profundos pozos… y lo hace en la turbulencia de las aguas… y de los intrincados vientos. En la novela, nos presenta un andar por el tiempo, quizás un tiempo matemático, en una trinidad que nos enseña el pasado como estigma, el presente como martirio, el porvenir como incertidumbre. La historia poblada de nostalgia y de música de profundas resonancias (como un concierto de Brahms —el pianista alemán— o como un concierto de música húngara) nace en una calle de Hamburgo un día cualquiera de la primera mitad del siglo anterior, es coetánea de las explosiones bélicas de la segunda guerra mundial. Nace con una mirada filial hacia el pretérito de finales del siglo XVIII. La intemperie citadina, en horas de la tarde, dice que será una novela trashumante de incansable viaje por senderos insospechados. Ir –como una constante- por extraños laberintos y tiempos entrantes donde un día es más largo que una eternidad, es un convenio señalado.

La matemática como una cuestión tácita es parte inherente de esta novela y, por ende, de la literatura del escritor colombiano. El pianista que llegó de Hamburgo es una suma de congregaciones que nos entregan una totalidad cimentada, no obstante, es una totalidad peregrina, es un andar y un desandar intercontinental. El número tres es recurrente si partimos hacia la búsqueda de los tantos silogismos que la novela nos entrega. Un narrador-historiador, unos personajes esculpidos a punta de tonadas, nos ofrece un concierto de ambigüedades y esperanzas “a la sazón” de unos instrumentos untados de óxido y pánico. Unos personajes asustados, una persecución a ultranza, nos indica la huída y el desarraigo. La vida incierta, los días espesos, nos ofrecen la suprema densidad de las nubes apostadas en el alma como un calvario insoportable. La música que divaga por la manigua, los corazones que se estremecen, perfilan la posibilidad que un hombre y una mujer (y una familia) tendrán como derecho propio para vivir en el amor y en la redención.

El éxodo es el ropaje que a diario se ponen los personajes del Pianista que llegó de Hamburgo. Según la novela, Hendrik es perseguido de día y de noche por una luz infame… esa luz es el fhürer Adolf Hitler. Los instrumentos, más allá de los seres repletos de melodías que los interpretan, tienen vida propia, y algunos como el arpa, una estancia verdadera y una historia por contar. Cuando las reminiscencias existenciales se acumulan en un gran cartapacio de ausencia, se siente la hora de volver a casa. Si el cuerpo de algunos emigrantes no retorna, retorna el espíritu… o como “un médium musical” —en este caso— regresa el alma de sus viajes a las dimensiones desconocidas, y si por múltiples circunstancias nada vuelve a casa, en última instancia retorna el pensamiento con su legado de recuerdos y deseos. Bienvenidos a trasegar por las sendas literarias de El Pianista que llegó de Hamburgo, esta importante novela de la literatura hispanoamericana, así descubrirán enigmas, músicas penetrantes, sueños a la deriva, y una vida —y muchas vidas— por vivir.


Jesús María Stapper
Auditorio Alvaro Cepeda Samudio – Corferias – Bogotá - 25 Feria Internacional del Libro
Sábado 28 de abril de 2012

miércoles, 2 de mayo de 2012

Los viajes presentidos en El pianista que llegó de Hamburgo

El pianista que llegó de Hamburgo[1]

Los viajes presentidos

Por: Jesús María Stapper[2]


Están inmersas en El pianista que llego de Hamburgo, la presente novela del escritor colombiano Jorge Eliécer Pardo[3], las letanías del viaje… (de los viajes). Inicio permanente de múltiples rutas desvanecidas con el abrazo de los horizontes que están más allá de los puntos cardinales. ‘Vuelo de Halcón alemán’. Es un caminar incesante al interior y exterior de los personajes repletos de nostalgias difuminadas entre la neblina vagabunda y el humo de la ausencia. Historia impregnada de cigarrillos con olor a bar. Habita el deseo como estigma. Viven los pesares anclados y surgen las bohemias imprescindibles. Un ir permanente como si de manera indirecta se recordara al antiguo Camino de Santiago (la ruta jacobea por donde toda Europa llegaba a España). Sendas directas que van hacia los sueños, hacia caminos intrincados que forjan ilusiones… y nos dice que más allá está la búsqueda del estímulo casi sagrado que producen las utopías, los presentimientos que se vislumbran del futuro.
El autor inicia su caminata al despertar del día alemán (no importa si es temporada de estío o invierno, de juventud u otoño) y dialoga con transparencia artística con Hermann Hesse, Thomas Mann, Heinrich Böll, Günter Grass y otros tantos escritores (Deutschland), y con ellos va, en el recorrido de su obra…(y de sus obras). Transita desde Baviera hasta Schleswig-Holstein, desde Sajonia hasta Sarre, y nos enseña que Alemania es un país europeo, que a pesar de todo, tiene el corazón tan grande que cubre la totalidad de su superficie. En este suelo con visos de eternidad pretérita, y eternidad entrante, nacen los personajes inmersos en la historia, nace la novela genealógica-histórica de Jorge Eliécer Pardo.
En la realidad y en los sueños la trashumancia nunca cesa. Un despabilar amontona el infinito y sus resplandores en un instante. La música en esta historia viaja transportando resonancias y sinfonías. Suenan los instrumentos para darle existencia a la vida: el piano, el contrabajo, el violín… y se dibujan en el paisaje. Su sinfonía viaja por los aires en busca de pieles trepidantes y dentro de ellas, lo más profundo del corazón. Saltan a la palestra Schumann figura del romanticismo con su obra musical envuelta de pasión, drama y alegría (como es la vida en ciernes de los personajes que aquí se tratan) y brillan otros inolvidables nombres de la música. Establece contactos con el más allá. La música es médium, vaso comunicante entre las dimensiones multánimes, eco trepidante de los espíritus. No en vano el título: El pianista que llegó de Hamburgo. La noche vibra tras la muerte de las monotonías del día y los corazones friolentos se baten al rigor de intemperies y sombras. Todo es música naciente entre la luz de los faroles. Las teas moribundas atisban sus diferencias y señalan el tiempo nocturno. La oscuridad marca los senderos del olvido. ¡El olvido también es dolor!
La calamidad y la miseria son ‘prendedizas’ y caminan ávidas de hallar entrañas como los virus malos. En ocasiones superan toda cordura reminiscente como le sucede a Hendrik Pfalzgraf (primer personaje que aparece en la novela) con su baño concentrado de tristezas asumidas desde su nacimiento, producto de secuelas incrustadas por causa de su familia ancestral y de la Alemania de entonces perfilada de sombras, pobrezas y hecatombes. Quizás un abuelo de nombre Jakob (un judío polaco) es culpable de sus penas en donde las nostalgias evocan los signos de la miseria económica y la muerte tatuadas en el alma. Los lugares demarcan estancias vividas por una familia de acendro y estirpe musical. Las cavernas marineras, las cantinas (algunas de mala muerte), los quioscos, los parques, las plazas de mercado (centro de baratijas en forma de limosna para un gran músico que en ocasiones vive del “instinto callejero”) son el engranaje ideal de las estancias naturales de la vieja Hamburgo.
Un abuelo fracasado, unos padres que se van pronto: Florence, la soprano, muere de tuberculosis, Hannes —pianista y violinista—, de cirrosis. Hendrik a los dos años de edad da los iniciales pasos de su dura trashumancia y recala en casa de sus tíos Elizabeht y Azriel, músicos también.
Jorge Eliécer Pardo, escritor, es en su obra un navegante de largo trecho por los vericuetos históricos, y ahora, en El Pianista que llegó de Hamburgo, allende el tiempo de la “Alemania hitleriana”, evoca y describe pormenores de lo sucedido. Hendrik vive junto a su tío Azriel el ostracismo ante la cruenta persecución nazi. Aparecen en el relato los deportes como los olímpicos (Berlín), mundial de fútbol (Italia campeón) y el boxeo, y surgen los nombres de Jesse Owens y Joe Louis —el bombardero de Detroit—.
El destino marca las pautas y desvía la ruta tan evocada de Hendrik hacia Moscú y lo sentencia —sin querer— hacia las huestes norteamericanas. En el túnel negro de la vida se guarda silencio y, para romperlo, suena un clavicordio. Se mencionan nombres “melódicos” como los del triángulo de la música alemana: Bach, Beethoven, Brahms. En el furtivo estadio de densos claroscuros, a la luz de la esperanza, bajo el temor supremo frente a una voz y un nombre: Adolf Hitler, Führer, Comandante del Tercer Reich, se tejen las encomiendas que conducen tal vez hacia la vida y hacia la libertad.
Otra vez, los avatares del destino (si es que el destino tiene avatares), desvían las rutas y la nave que presumiblemente partió con destino a Nueva York atraca en la Habana y más tarde en Barranquilla (Colombia). Prosiguen las contingencias y aparecen otros nombres como Alex Olaf Lüewe y Hans Rutger Tillesen. Entra en cuestión la política colombiana y se menciona a Eduardo Santos —Presidente— y a Luis López de Mesa —Canciller—. Azriel y Hendrik son atormentados por la ambivalencia: —ser judío, ser alemán— que representaba sentimientos de repulsión por donde anduvieran dando tumbos. Los dolores acuden sin previa invitación y Elizabeth muere junto a sus hijos, en el puerto de Hamburgo, durante un bombardeo. En estos viajes, como en todos los demás transcurridos en la novela, los caminos no trazados, no aguardados, llegan inevitables.
Siguen sumando ambivalencias viscerales los trashumantes llegados de Europa a Colombia. Viven ‘dualidades necesarias’ porque son obreros en público, artistas en secreto. Se constituyen además en habitantes de los sótanos arrugados. Detenidos en el Hotel Sabaneta de Fusagasugá van a la cárcel bajo las contingencias políticas que se dictan desde los imperios y desde las ambigüedades y los egoísmos del hombre. El frío bogotano los circunda sobre calles adoquinadas que asumen sus pasos. Entre porcelanas y ensueños aparece la italiana Magdalena Massi. Ella, adherida a Hendrik, nos indican que la prisión también une los corazones y los sueños. Azriel parte en vuelo sin retorno, con denodado afán viaja hacia las sendas etéreas en busca de su amada Elizabeth y sus hijos.
A Hendrik y Magdalena el arte los persigue, la guerra los persigue… la música la llevan dentro. Las partituras existenciales se multiplican, y cada una de ellas, trae consigo su propia melodía. Son perseguidos por los estertores de una guerra nueva —tan desconocida… “tan lejana”, tan colombiana— y no queda más remedio que buscar los caminos empedrados que conducen a las intemperies. Entre ámbitos contradictorios nace su hija Laura. Viven de campo “Nocturno” recordando al poeta suicida, bogotano José Asunción Silva. Como si fuera poco, tienen que asumir, el trasteo de sus pertrechos entre costales ‘desdentados’, bajo el delirio del llamado ‘bogotazo’ de abril de 1948 donde asesinaron al caudillo del pueblo liberal Jorge Eliécer Gaitán en la capital colombiana. Así la lluvia empapa sus rostros embadurnados de pánico y les dice que la vida continúa.
Desde los vericuetos del barrio La Candelaria en Bogotá, el destino con su voz cantante, les informa que “la meca” es Italia y que el punto señalado es Florencia a donde llegan Magdalena y Laura mientras dejan a Hendrik en Colombia orbitando en el afiligranado y empobrecido plantel de sus soledades. Asentado sobre el lomo del tiempo, Hendrik viaja a Villavicencio y se envuelve con los ‘divinos sortilegios’ del arpa, la sabana, los morichales, los atardeceres, los ríos, los ganados, y los caporales. Y de nuevo, lo beligerante por una razón o por otra llega a su senda, y aparecen nombres guerrilleros como Germán Campos, Eliseo Velázquez y Guadalupe Salcedo, aunque él permanece en el claustro donde habitan en ‘presunta paz’, la historia guardada y la armonía de la música, sea de bandolas, capachos … o la resonancia majestuosa de los stradivarius.
Surge casi de “manera clandestina” la historia de un instrumento con historia universal: el arpa. Se le da un perfil de crónica andariega a sus cuerdas líricas. El músico alemán vive, en una presencia sincera, el lenguaje vernáculo del hombre llanero, ese ser que llega a pie limpio, hasta las riveras del Arauca o del Orinoco.
De ahora en adelante las rutas de la novela deben ser buscadas y aprehendidas por los lectores. A lo largo de los cinco tomos o nevelas de El Quinteto de la frágil memoria[4].
El pianista… discurre vertiginosa en ocasiones y, en otras, con encontrada lentitud pero con prestantes inquietudes. No obstante, el desasosiego prima, existe un hálito permanente de suspenso como si un gnomo maligno revolcara los polvorientos caminos de cada ruta señalada. De su texto ponderado, que contiene un arsenal de viajes en erupción, brotan llamas que iluminan todas las sendas, aún las más densas, las que parecen no tener otro día entrante para estrenar.
La novela por sí misma, es una partida sin retorno. Cada lector encontrará que la sorpresa es un destino señalado. Hallará que cada viaje es un tejido enmarañado que parece tener la cabida incierta de los laberintos inefables ante la escasa posibilidad de las salidas. Es como si de alguna manera, Dante volviera de nuevo a los inframundos contemporáneos, y a la mitad del viaje de la vida, se encontrara con una selva oscura. Y surge la pantera al comienzo de la cuesta. ¿Qué talante tiene esa pantera de comienzos del siglo XX? ¿Dónde ubicar su corazón o su espíritu? ¡También los arcontes tienen sus propios destinos! Tal como Eneas increpando los mares, Hendrik Pfalzgraf (y todos los personajes, cada uno en su particular leyenda) ve como una ola gigantesca se desploma sobre la popa de su nave viajera… la destartalada nave que es su propio destino.
A través de El pianista que llegó de Hamburgo, una escalera nos permite ascender o descender hacia el misterio vestido de ensueños y realidades. Una encrucijada entre hombres y mujeres es latente. Una embestida de amores y desamores es palpable. Los más caros sueños se guardan en los canastos de bordados ralos como si fueran un esperpento de rincón… un viejo arlequín que por maltratado no se lleva a la calle. La novela total es el éxodo. Divagar entre políticas cruentas y salvajes días es una razón de ser, un canto místico y sufrido a la supervivencia. Cada vez que tocan a la puerta aparece un nuevo personaje enmarcado entre cuitas e idealismos, entre anhelos y visiones, y con sus crónicas repletas de monstruos y añoranzas por contar. Nos ubica la novela en el centro del destierro. Nos dice con toda claridad que cuando un hombre no doma al destino, es el destino quien lo doma (algunos dicen que el destino no existe). Hoy entendemos que Verne quizá sí logró domar los viajes sacramentales que un su divagar constante y surreal construyó en el futuro. Hoy entendemos que la ficción también es una realidad.
El pianista que llegó de Hamburgo en una novela expresiva de incansable viaje, narradora de bellezas tristes, armadora de albas y tinieblas, determinante en sus búsquedas, consecuente con los caminos, fiel a sus hallazgos, certera en sus descripciones, minuciosa en sus cantos, leal con la Historia… y con sus historias, profusa de sentimientos, repleta de añoranzas, magnánima en su legado, con un status literario cimentado de bondad y equilibrio, es sin duda, una de las grandes obras de la literatura hispanoamericana.



[1] Pardo, Jorge Eliécer. El pianista que llegó de Hamburgo. Cangrejo Editores, Bogotá, abril de 2012.
[2] Cáchira, Norte de Santander, Colombia, Sudamérica. Ensayista, poeta y pintor.
Libros publicados: Un baúl lleno de bienes, (ensayos), 2012: A la espera del viento, (poesía), 2011; A la vera de las Penumbras (cuentos), 2009; Poemas de la Calle Interior, 2009; Monólogos de Malateo, 1993; Reflexiones – testimonio, 1991; Ancarimo–Poema divino, 1993.
[3] El Líbano, Tolima, 1950. Escritor, periodista, conferencista. Ganador y finalista de premios nacionales de Novela, cuento y poesía. Ha publicado: Cuatro libros de cuentos:  Las primeras palabras, en coautoría con su hermano Carlos Orlando; La octava puerta (con cuatro ediciones); Las pequeñas batallas y, Transeúntes del siglo XX (con dos ediciones). Tres novelas: El jardín de las Weissmann (con siete ediciones y traducida al francés por Jacques Gilard); Irene (con cinco ediciones, traducida al inglés); Seis hombres una mujer  (con dos ediciones).


[4] Conformado por: La sombra del fuego; Una llama al viento; El pianista que llegó de Hamburgo; La baronesa del circo Atayde; La frágil memoria.