El pianista
que llegó de Hamburgo
De
Jorge Eliécer Pardo
Por:
Cecilia Caicedo Jurado de Cajigas
Doctora
en Filosofía y Letras
Universidad
Complutense de Madrid
Acercarse a
la obra de un autor que regularmente hemos leído porque su pluma nos gusta, es
una tarea placentera pero complicada al mismo tiempo, en atención a la
asociación que registramos con el corpus anteriormente publicado. Lo primero es
ver las diferencias y los encuentros por aquello de la unicidad de la voz, pero
también porque de obra a obra afloran las rupturas.
Transcurridos
varios años sin que Pardo nos beneficie con otra obra, la lectura de El Pianista despierta atención mayor. En
efecto lo último que le leí y me gustó fue Los sin nombre, sin rostro, sin rastro, premio nacional de cuento. Las
diferencias de pluma no existen, Jorge Eliécer continúa manejando su frase
rápida y vibrante que viene de sus obras anteriores.
Sin embargo
el narrador en esta novela extensa, que es parte de un entramado mayor, Quinteto
en escritura, se mueve con otra propiedad y otra intención. Desplazamiento de
la voz narrativa, desde un focalizador que cuenta el anecdotario pero que tiene
la virtud de ceder el ejercicio de contar su propia historia a cada uno de los
personajes que al interior de la diégesis se mueven. Y en este manejo avanza
Pardo, porque sin duda el narrador totalizador, que nunca permite el juego
peligroso del fíctivo autoral, es respetuoso de las instancias intermedias,
posibilitando que cada quien magnifique su dolor.
Y señalo lo
relativo al dolor, que no es físico sino interior, hecho de profundas
reflexiones sobre el difícil camino de vivir simplemente, se mide desde varios escenarios:
-a) Político
aprehendido desde la guerrilla liberal del Llano y su desmovilización con el
gradante de la traición oficial de los partidos tradicionales, en especial el
rojo emblemático que había propiciado su accionar político. De ello da cuenta
cuando narra un narrador externo la desmovilización de 3540 milicianos del
Llano, y ahí con la figura icónica de ese proceso de la historia política
Guadalupe Salcedo que tres años después de la entrega de armas, el Centauro del
Llano, caía asesinado en Bogotá. Doloroso testimonio histórico es el que vuelve
a poner en escena Pardo: “Recalcó que a
cambio de las armas a muchos les entregaron en un taleguito de papel, una libra
de frijol, una camisa, un pantalón; a otros les dieron sobreros de paja
enrollados, unos zapatos ordinarios, una caja de fósforos, un paquete de
cigarrillos, una libra de azúcar, unos palillos; tanta lucha por tan poco”.
Cita a la que sobra cualquier comentario, porque no es una humorada sino
testimonio ¿de la cotidianidad “trascendental” de la guerra colombiana?
De otro
lado está la presencia de Hitler y Eva atormentándolo en sus sueños pesadilla
porque Hendrick huye de Hamburgo y luego bajo un bombardeo pierde su familia
europea y será un abril en que pierde su familia en la Bogotá incendiada el día
9 del 48. En la primera mitad del siglo xx se producen los avatares de las
guerras allá y acá, siendo los dos fenómenos sangrientos los modificadores de
la relación con el mundo de un hombre sensible al arte, particularmente la
música, específicamente el piano y las partituras de Brahms, Bach, Mozart y los
clásicos que dominaban la Europa de mitad de siglo, teniendo como fondo el
escenario de persecución y angustia.
-b) El dolor igual se mide desde el plano
socio cultural, cuando el fenómeno del desplazamiento obliga a un alemán,
Hendrik, dejar la Europa hitleriana para casarse años después en Colombia con
una italiana, Magdalena Massi, y aventurarse a un infierno nuevo, el de la violencia
colombiana.
-c) Pero igual el dolor transcribe relaciones
mucho más íntimas: como la locura final, el abandono del alemán que se instala
en Colombia, en función de huida y búsqueda (diáspora entre Europa y América).
Este último
numeral que exige para su existencia la premisa de los anteriores se convierte
en el eje temático de El pianista que
llegó de Hamburgo. No es una novela de amor o desamor, este sentimiento
relacionante de importancia en esta obra, funciona solo como intermediario para
mostrar dos niveles: guerra-música.
Los dos niveles de la historia sucitan a su turno la relación sémica: huída-refugio. Que en el sustrato
narrativo se expresan como: miedo-satisfacción.
Y la
dualidad se va desarrollando hasta llegar a los niveles íntimos: “parecemos vampiros, sólo felices en la
penumbra”. Y ahí está la clave de esta novela, que lee el escenario político
pero fundamentalmente cómo la guerra modifica al ser humano, individual,
íntimo, solitario y sin amparo. La guerra o cualquier tipo de confrontación en
las novelas no se ameritan simplemente por ser contados, así la
recontextualización logre sus propios objetivos. La novela tiene la virtud de
testificar pero especialmente de revelar. Y eso hace Jorge Eliécer Pardo,
revela el dolor íntimo, el peso de lo público que apabulla al sujeto
individual. Y en esto tiene tradición la narrativa de Pardo.
Otro nivel
de acercamiento, entre tantos como pueden ser encontrados, está en relación con
la intrahistoria familiar. Hace muy pocos días recibí la novela de Carlos
Orlando Pardo, su hermano, que lo introdujo al oficio escritural, según
confesión del propio autor. Verónica
resucitada novela bien
escrita, deliciosa lectura del mundo familiar. Sobre ella se me ocurrió pensar
en la dificultad de reescribir las historias íntimas, pero como es de sabiduría
conocida los escritores recogemos de nuestro ciclo vital tantas cosas que
consciente o inconscientemente fluyen en las obras, así ese no sea el objetivo.
Pero Carlos Orlando priorizó el recuerdo familiar, el de los lazos profundos,
el formador en todos los términos de la educación sentimental. Y ese tema
vuelve a aparecer en la obra de Jorge Eliécer, señalando un claro cruce
temático. Hablando de un teatro emblemático de Bogotá del siglo XX, El Faenza,
recuerda El pianista que llegó de
Hamburgo: En esas mismas butacas había estado Carlos Arturo Aguirre —el
padre de Matilde— buscando en las películas algún anuncio de su prófuga María
Verónica. Allí había llorado su abandono y desamor. Con la cara dulce de Sofía
Alvarez, la actriz que creía suplantaba a María Verónica, se consolaba
volviendo a la casa de Egipto a abrazar a sus hijas Sofía y Matilde, también
abandonadas.
Interesante
interrelación narrativa en la obra de los hermanos escritores. Sucesos de la
infancia y necesaria reinstalación de los recuerdos asaltan las dos recientes
novelas de los Pardo Rodríguez.
Cecilia Caicedo jurado de Cajigas
Pereira, 19 de julio de 2012