lunes, 29 de octubre de 2012

Álvaro Pineda-Botero habla de El Pianista

Álvaro Pineda-Botero


"El Pianista que llegó de Hamburgo" es una novela fascinante. Está escrita con erudición, sentimiento y madurez. La madurez se manifiesta no solo en el estilo literario sino en la forma de comprender y explicar la Historia. Es decir, la historia con mayúscula de Europa y América, y la historia
con minúscula de la familia y las relaciones personales. Mantener el balance entre ambas no es fácil, y en la novela ese balance se logra de manera impecable. Muchos piensan que la Segunda Guerra Mundial fue un acontecimiento lejano que en nada nos afecta- Yo pienso lo contrario. Nací en 1942 y entre las primeras impresiones de mi niñez recuerdo a mi padre escuchando las noticias de la BBC y la forma tan dramática como lo afectaban y como afectaban el ánimo de la familia. Recuerdo también el 9 de abril y el efecto que tuvo en el país y en nuestra sociedad. De alguna manera somos hijos de esas guerras y por eso la novela nos llega tan profundo.
El pianista alemán exilado en Colombia es una buena manera de construir el tejido. No sé hasta qué punto existió, pero lograste absoluta verosimilitud. También el trasfondo musical que le da al texto cierto aire inefable de belleza.
Me alegro por lo que la novela significa para la literatura y para el rescate de nuestra memoria colectiva de un pasado tan reciente pero tan olvidado.

Álvaro Pineda Botero, nació en Medellín, Colombia, en 1942. Con su novela Trasplante a Nueva York ganó el Premio Nacional de Literatura. Su segunda novela Gallinazos en la baranda fue finalista del concurso Plaza y Janés. Otra de sus novelas, Bolívar el insondable, fue seleccionada por la Revista Credencial entre las más destacadas del siglo XX en Colombia. Como crítico literario ha publicado Del mito a la postmodernidad, Teoría de la novela, El reto de la crítica, La fábula y el desastre (estudios críticos sobre la novela colombiana 1650-2007) y La esfera inconclusa: la novela colombiana en el ámbito global.
Administrador de Empresas de la Universidad de EAFIT. Profesor universitario. Ha viajado por Europa y Estados Unidos con frecuencia como investigador de las nuevas culturas. Además de novelista, Pineda Botero se destaca por sus trabajos sobre la novela colombiana de la segunda mitad del siglo XX, pero también, por el intento de escribir un nuevo tipo de historia de la novela en Colombia. Ha sido colaborador permanente de periódicos y revistas especializadas del país.

miércoles, 25 de julio de 2012

El pianista que llegó de Hamburgo, por Cecilia Caicedo Jurado



El pianista que llegó de Hamburgo[1]
De Jorge Eliécer Pardo

Por: Cecilia Caicedo Jurado de Cajigas
Doctora en Filosofía y Letras
Universidad Complutense de Madrid


Acercarse a la obra de un autor que regularmente hemos leído porque su pluma nos gusta, es una tarea placentera pero complicada al mismo tiempo, en atención a la asociación que registramos con el corpus anteriormente publicado. Lo primero es ver las diferencias y los encuentros por aquello de la unicidad de la voz, pero también porque de obra a obra afloran las rupturas.


Transcurridos varios años sin que Pardo nos beneficie con otra obra, la lectura de El Pianista despierta atención mayor. En efecto lo último que le leí y me gustó fue Los sin nombre, sin rostro, sin rastro, premio nacional de cuento. Las diferencias de pluma no existen, Jorge Eliécer continúa manejando su frase rápida y vibrante que viene de sus obras anteriores.

Sin embargo el narrador en esta novela extensa, que es parte de un entramado mayor, Quinteto en escritura, se mueve con otra propiedad y otra intención. Desplazamiento de la voz narrativa, desde un focalizador que cuenta el anecdotario pero que tiene la virtud de ceder el ejercicio de contar su propia historia a cada uno de los personajes que al interior de la diégesis se mueven. Y en este manejo avanza Pardo, porque sin duda el narrador totalizador, que nunca permite el juego peligroso del fíctivo autoral, es respetuoso de las instancias intermedias, posibilitando que cada quien magnifique su dolor.
Y señalo lo relativo al dolor, que no es físico sino interior, hecho de profundas reflexiones sobre el difícil camino de vivir simplemente, se mide desde varios escenarios:
-a) Político aprehendido desde la guerrilla liberal del Llano y su desmovilización con el gradante de la traición oficial de los partidos tradicionales, en especial el rojo emblemático que había propiciado su accionar político. De ello da cuenta cuando narra un narrador externo la desmovilización de 3540 milicianos del Llano, y ahí con la figura icónica de ese proceso de la historia política Guadalupe Salcedo que tres años después de la entrega de armas, el Centauro del Llano, caía asesinado en Bogotá. Doloroso testimonio histórico es el que vuelve a poner en escena Pardo: “Recalcó que a cambio de las armas a muchos les entregaron en un taleguito de papel, una libra de frijol, una camisa, un pantalón; a otros les dieron sobreros de paja enrollados, unos zapatos ordinarios, una caja de fósforos, un paquete de cigarrillos, una libra de azúcar, unos palillos; tanta lucha por tan poco”. Cita a la que sobra cualquier comentario, porque no es una humorada sino testimonio ¿de la cotidianidad “trascendental” de la guerra colombiana?
De otro lado está la presencia de Hitler y Eva atormentándolo en sus sueños pesadilla porque Hendrick huye de Hamburgo y luego bajo un bombardeo pierde su familia europea y será un abril en que pierde su familia en la Bogotá incendiada el día 9 del 48. En la primera mitad del siglo xx se producen los avatares de las guerras allá y acá, siendo los dos fenómenos sangrientos los modificadores de la relación con el mundo de un hombre sensible al arte, particularmente la música, específicamente el piano y las partituras de Brahms, Bach, Mozart y los clásicos que dominaban la Europa de mitad de siglo, teniendo como fondo el escenario de persecución y angustia.
 -b) El dolor igual se mide desde el plano socio cultural, cuando el fenómeno del desplazamiento obliga a un alemán, Hendrik, dejar la Europa hitleriana para casarse años después en Colombia con una italiana, Magdalena Massi, y aventurarse a un infierno nuevo, el de la violencia colombiana.
 -c) Pero igual el dolor transcribe relaciones mucho más íntimas: como la locura final, el abandono del alemán que se instala en Colombia, en función de huida y búsqueda (diáspora entre Europa y América).

Este último numeral que exige para su existencia la premisa de los anteriores se convierte en el eje temático de El pianista que llegó de Hamburgo. No es una novela de amor o desamor, este sentimiento relacionante de importancia en esta obra, funciona solo como intermediario para mostrar dos niveles: guerra-música. Los dos niveles de la historia sucitan a su turno la relación sémica: huída-refugio. Que en el sustrato narrativo se expresan como:  miedo-satisfacción.                    
Y la dualidad se va desarrollando hasta llegar a los niveles íntimos: “parecemos vampiros, sólo felices en la penumbra”. Y ahí está la clave de esta novela, que lee el escenario político pero fundamentalmente cómo la guerra modifica al ser humano, individual, íntimo, solitario y sin amparo. La guerra o cualquier tipo de confrontación en las novelas no se ameritan simplemente por ser contados, así la recontextualización logre sus propios objetivos. La novela tiene la virtud de testificar pero especialmente de revelar. Y eso hace Jorge Eliécer Pardo, revela el dolor íntimo, el peso de lo público que apabulla al sujeto individual. Y en esto tiene tradición la narrativa de Pardo.
Otro nivel de acercamiento, entre tantos como pueden ser encontrados, está en relación con la intrahistoria familiar. Hace muy pocos días recibí la novela de Carlos Orlando Pardo, su hermano, que lo introdujo al oficio escritural, según confesión del propio autor. Verónica resucitada[2] novela bien escrita, deliciosa lectura del mundo familiar. Sobre ella se me ocurrió pensar en la dificultad de reescribir las historias íntimas, pero como es de sabiduría conocida los escritores recogemos de nuestro ciclo vital tantas cosas que consciente o inconscientemente fluyen en las obras, así ese no sea el objetivo. 
Pero Carlos Orlando priorizó el recuerdo familiar, el de los lazos profundos, el formador en todos los términos de la educación sentimental. Y ese tema vuelve a aparecer en la obra de Jorge Eliécer, señalando un claro cruce temático. Hablando de un teatro emblemático de Bogotá del siglo XX, El Faenza, recuerda El pianista que llegó de Hamburgo: En esas mismas butacas había estado Carlos Arturo Aguirre —el padre de Matilde— buscando en las películas algún anuncio de su prófuga María Verónica. Allí había llorado su abandono y desamor. Con la cara dulce de Sofía Alvarez, la actriz que creía suplantaba a María Verónica, se consolaba volviendo a la casa de Egipto a abrazar a sus hijas Sofía y Matilde, también abandonadas.

Interesante interrelación narrativa en la obra de los hermanos escritores. Sucesos de la infancia y necesaria reinstalación de los recuerdos asaltan las dos recientes novelas de los Pardo Rodríguez.



Cecilia Caicedo jurado de Cajigas

Pereira, 19 de julio de 2012




La importante revista latinoamericana Corónica publicó el ensayo. Aquí la pueden leer:
http://www.revistacoronica.com/2012/07/el-pianista-que-llego-de-hamburgo.html




[1] Pardo, Jorge Eliécer. El pianista que llegó de Hamburgo. Cangrejo Editores, Bogotá, abril de 2012, 292 páginas.
[2] Pardo, Carlos Orlando. Verónica resucitada. Pijao Editores, Ibagué, 2012. 295 páginas.

miércoles, 18 de julio de 2012

El pianista por Jorge Iván Parra


En El pianista que llegó de Hamburgo
Jorge Eliécer Pardo recrea la interminable guerra

Por Jorge Iván Parra
Comentarista de libros El Tiempo

En su última obra el escritor tolimense coincide con Almudena Grandes en su prurito de mostrar la guerra como algo interminable; los dos autores planearon para tal efecto, un proyecto de muchos volúmenes. Pardo arrancó con el primero y Almudena ya va en el segundo. 
Almudena Grandes
El tema de la Alemania nazi y los inmigrantes judíos en Colombia ya había sido tratado por Pardo en una novela que hace muchos años llegó a la televisión colombiana como La estrella de las Baum.
Ahora ya no se trata de cinco mujeres que buscan sobrevivir en este país, sino de un músico. Como miles de judíos alemanes, Hendrik perdió todo cuando Hamburgo fue bombardeada y vino a dar a Bogotá a sufrir otro holocausto, nada menos que el del 9 de Abril. Nunca imaginó que huyendo de las llamas del Bogotazo llegaría a los Llanos para vivir durante nueve años uno de los episodios de violencia más cruentos de la Historia de Colombia.

Jorge Eliécer Pardo
Pardo narra en detalle cómo se formaron las guerrillas surorientales y el desmadre durante el gobierno de Laureano Gómez y la dictadura de Rojas Pinilla; rescata como protagonista a Guadalupe Salcedo, de quien logra un memorable retrato: “Un jinete invencible de los Llanos que lee el clima en los trazos del cielo, domina los ríos, cabalga en las noches con los ojos cerrados, canta y toca el tiple, es enamorado y le gusta el aguardiente. Moreno, alto, requemado, descalzo y con pantalón remangado a media pierna fue a la escuela y aprendió a leer y escribir”. Tanto para contar la violencia europea como la colombiana, Pardo es ubérrimo en descripciones, sacrificando a veces la veracidad novelística en aras de una exactitud periodística. “dos mil trescientas noventa y seis toneladas de bombas desde los setecientos noventa y un aviones Lancaster, Halifax, Stirling y Wellington”. “Siete manzanas, diez alrededor de la plaza de Bolívar y otro tanto en San Victorino, 136 edificios de donde sacaban todavía fragmentos de cadáveres calcinados”. Así pues, este libro nos recuerda que allende o aquende el mar, guerra,  muerte y violencia son algo interminable.


Escritores, Fernando Ayala, Roberto Burgos, Jorge Iván Parra y Jorge Eliécer Pardo





lunes, 16 de julio de 2012

Nota de Benhur Sánchez Suárez




Y llegó El pianista


Por Benhur Sánchez Suárez
Columnista de El Nuevo Día


El primer Pfaltzgraf que conocí fue el pediatra de mis hijos, Hans Pfaltzgraf, tan buen profesional que hoy es pediatra de mis nietos.




El segundo me llegó en las páginas de una novela, “El pianista que llegó de Hamburgo”, cuyo autor, Jorge Eliécer Pardo, tiene a Hendrik Paltzgraf como su protagonista. La novela hace parte del “Quinteto de la Frágil Memoria”, que le ha tomado al escritor una buena cantidad de años en investigar y escribir la que ha de ser la zaga más completa que contenga en la ficción la historia de las guerras en Colombia.Sin embargo, en este primer tomo, aunque Hendrik padece la persecución nazi a los judíos y huye de Alemania para librarse de la guerra y de la muerte, aunque se encuentre a boca de jarro con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán en Bogotá y el desencadenamiento de la violencia en el nuevo país que lo acoge, y aunque vea fluir el conflicto en los Llanos orientales con el surgimiento de las guerrillas del llano, pienso que “El pianista que llegó de Hamburgo” no es una novela de la guerra sino, más bien, una compleja y trágica historia de amor.Me explico. La guerra mundial y la guerra en Colombia son telón de fondo frente al cual transcurre el periplo de Hendrik Paltzgraf entre Alemania, Colombia y luego en la amplia geografía nacional.

Él no es protagonista de la guerra ni se compromete con ella. Él sólo las padece y buena parte de su vida se ve transformada por aquellas.Él es pianista, profesor de música y enamorado de la belleza.
Es espectador —pretexto para contextualizar la historia— mientras vive su drama humano y sentimental, siempre enamorado y siempre perdedor.

La novela es descriptiva, antes que narrativa, lo que lleva a creer que, por ejemplo, las pérdidas amorosas sufridas por el protagonista no ofrecen el dramatismo que conmociona al lector, como el viaje de su esposa e hija a Italia por culpa de los sucesos del 9 de abril del 48, su desprendimiento del calor de hogar en Villavicencio, hasta el drama de su amante Matilde, esta quizás la parte más emotiva y más completa en el desarrollo de la historia de Hendrik.El desarrollo de los dramas personales conlleva el drama de la sociedad colombiana por culpa de la violencia, pero es la vida de Hendrik la que verdaderamente importa. Por eso parecieran artificiosas las pesadillas que precisan momentos en la vida del Führer, que aparecen en la novela como generación casi espontánea pero que, si se suprimieran, no alterarían para nada la historia de Hendrik.

El segundo Pfaltzgraf en mi vida lo contiene, sin lugar a dudas, una excelente novela.
http://www.elnuevodia.com.co/nuevodia/opinion/columnistas/152120-y-llego-el-pianista



Benhur Sánchez Suárez

jueves, 31 de mayo de 2012

Reseña del escritor Fabio Martínez sobre El Pianista que llegó de Hanburgo





La diáspora colombiana
El pianista que llegó de Hamburgo
Por: Fabio Martínez

Universidad del Valle. Profesor titular

Jorge Eliécer Pardo © Triunfo Arciniégas
En el mundo de la literatura colombiana, existe una amplia bibliografía literaria que nos habla de la historia de los colombianos que deciden abandonar el país y se van a instalar en otra cultura. A esta historia se le conoce con el nombre de la diáspora colombiana. Pero, quizás, debido a nuestro egocentrismo provinciano, nuestra literatura le ha dedicado muy pocas páginas al proceso inverso del exilio; o sea, al proceso de la presencia de extranjeros que decidieron un día abandonar su patria y venirse a instalar al país.
De este rico proceso, da cuenta la primera novela de Jorge Eliécer Pardo, titulada El jardín de las Weismann (1977), que narra la historia de una familia alemana que huyendo de la guerra en Europa, decide venir a vivir a Colombia. Esta novela, que en su momento fue calificada por la crítica como una “novela de la violencia”,  introducía, así mismo,  otra lectura interpretativa, que no se vio en aquel momento: la referencia al viaje y exilio de los extranjeros en Colombia.
Después del Jardín de las Weismann, vale la pena citar aquí cuatro novelas que hacen parte de esta temática, contribuyendo al enriquecimiento de nuestra literatura: La otra raya del tigre (1977) de Pedro Gómez Valderrama, que narra el viaje de Geo von Lengerke a tierras santandereanas, en la segunda mitad del silgo XIX; El rumor del Astracán (1991) de Azriel Bibliowickz, que cuenta el éxodo de los judíos al país, en el siglo XX; La caída de los puntos cardinales (2000) de Luis Fayad, que describe el viaje de los árabes (mal llamados “turcos”)  a Colombia en esta misma centuria; y la reciente novela de Fernando Cruz Kronfly, titulada Destierro (2012), que retoma el tema de Fayad, a través del éxodo de una familia de origen sirio.
En su última novela El pianista que llegó de Hamburgo (Cangrejo Editores, 2012) el escritor colombiano Jorge Eliécer Pardo retoma este tema que ya estaba presente en su ópera prima, enriqueciendo la literatura sobre migraciones y desplazamientos.
El pianista que llegó de Hamburgo narra el largo viaje que hace el músico Hendrik Pfalzgraf desde su ciudad natal a Colombia. El joven Hendrik es una de las víctimas del holocausto nazi, que ante la posibilidad inminente de terminar en un campo de concentración, se embarca a América y se instala en el tradicional barrio La Candelaria de Bogotá.
El destino de Hendrik estará marcado por un hilo negro e invisible, que no cesa desde su partida de Alemania hasta cuando llega a un país suramericano marcado, así mismo, por el signo de la muerte. Hendrik es un artista romántico que desea un mundo mejor para poder servirle a la humanidad, pero el destino, que es fatum de la historia, lo sumerge y lo ancla en un mundo donde la violencia y la muerte están a la orden del día.
Desde su llegada a Bogotá, Hendrik se propone crear una escuela de música y enseñarle el arte de las musas a los niños y jóvenes de la ciudad, pero enseguida, se encuentra con un país xenofóbico y provinciano donde sus dirigentes e intelectuales (verbigracia, el inefable Canciller Luis López de Mesa de la época que aparece en la novela), mantienen una posición intolerante hacia los inmigrantes judíos, que llegaron por Barranquilla, huyendo de la guerra europea, en los años cuarenta. Como Geo von Lengerke, el personaje de la novela de Gómez Valderrama, Hendrik quiere huir de una guerra, y se encuentra con otra: la interminable guerra colombiana.

Pero la novela de Pardo no sólo se detiene en describir el periplo tanático del joven músico Hendrik, sino que a través de éste, nos va mostrando la historia de una ciudad y de un país, en el siglo pasado. Aquí, historia y ficción literaria se unen como una pareja indisoluble, para poner al desnudo las heridas profundas de una nación, que siempre se ha resistido a la modernidad. Cuando hablo de modernidad, no me estoy refiriendo aquí a la modernidad material sustentada en los autos, los electrodomésticos o los Black Berry que consumimos a diario, sino a la modernidad de las ideas, que siempre ha sido avara en nuestro país.
En la novela del escritor tolimense, a Hendrik le toca sufrir el ominoso episodio que sufrieron los cientos de judíos, que estuvieron presos y bajo sospecha, en el Hotel Sabaneta de Fusagasugá; sobrevive en el barrio La Candelaria a la turbamulta enardecida, que ante el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, decide vengar la muerte de su líder; pasa una pequeña temporada en infierno, en los LLanos Orientales donde se iniciaron las guerrillas colombianas; es testigo del ascenso del grupo M-19 en la década del setenta; del auge del narcotráfico y del paramilitarismo; cerrando su ciclo tanático, en la famosa calle del Cartucho de Bogotá, a donde van los deshechables de la sociedad.
El pianista que llegó de Hamburgo representa el fatum trágico de los hombres, que queriendo robarle el sol a los dioses -como Prometeo-, sucumben ante la historia, que no perdona ni a los músicos.

martes, 29 de mayo de 2012

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Comentario de Carlos Orlando Pardo, en Nodo

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Comentario del escritor y catedrático Fabio Martínez




La diáspora colombiana
El pianista que llegó de Hamburgo

Por: Fabio Martínez

Universidad del Valle. Profesor titular


Jorge Eliécer Pardo © Triunfo Arciniégas



En el mundo de la literatura colombiana, existe una amplia bibliografía literaria que nos habla de la historia de los colombianos que deciden abandonar el país y se van a instalar en otra cultura. A esta historia se le conoce con el nombre de la diáspora colombiana. Pero, quizás, debido a nuestro egocentrismo provinciano, nuestra literatura le ha dedicado muy pocas páginas al proceso inverso del exilio; o sea, al proceso de la presencia de extranjeros que decidieron un día abandonar su patria y venirse a instalar al país.
De este rico proceso, da cuenta la primera novela de Jorge Eliécer Pardo, titulada El jardín de las Weismann (1977), que narra la historia de una familia alemana que huyendo de la guerra en Europa, decide venir a vivir a Colombia. Esta novela, que en su momento fue calificada por la crítica como una “novela de la violencia”,  introducía, así mismo,  otra lectura interpretativa, que no se vio en aquel momento: la referencia al viaje y exilio de los extranjeros en Colombia.
Después del Jardín de las Weismann, vale la pena citar aquí cuatro novelas que hacen parte de esta temática, contribuyendo al enriquecimiento de nuestra literatura: La otra raya del tigre (1977) de Pedro Gómez Valderrama, que narra el viaje de Geo von Lengerke a tierras santandereanas, en la segunda mitad del silgo XIX; El rumor del Astracán (1991) de Azriel Bibliowickz, que cuenta el éxodo de los judíos al país, en el siglo XX; La caída de los puntos cardinales (2000) de Luis Fayad, que describe el viaje de los árabes (mal llamados “turcos”)  a Colombia en esta misma centuria; y la reciente novela de Fernando Cruz Kronfly, titulada Destierro (2012), que retoma el tema de Fayad, a través del éxodo de una familia de origen sirio.
En su última novela El pianista que llegó de Hamburgo (Cangrejo Editores, 2012) el escritor colombiano Jorge Eliécer Pardo retoma este tema que ya estaba presente en su ópera prima, enriqueciendo la literatura sobre migraciones y desplazamientos.
El pianista que llegó de Hamburgo narra el largo viaje que hace el músico Hendrik Pfalzgraf desde su ciudad natal a Colombia. El joven Hendrik es una de las víctimas del holocausto nazi, que ante la posibilidad inminente de terminar en un campo de concentración, se embarca a América y se instala en el tradicional barrio La Candelaria de Bogotá.
El destino de Hendrik estará marcado por un hilo negro e invisible, que no cesa desde su partida de Alemania hasta cuando llega a un país suramericano marcado, así mismo, por el signo de la muerte. Hendrik es un artista romántico que desea un mundo mejor para poder servirle a la humanidad, pero el destino, que es fatum de la historia, lo sumerge y lo ancla en un mundo donde la violencia y la muerte están a la orden del día.
Desde su llegada a Bogotá, Hendrik se propone crear una escuela de música y enseñarle el arte de las musas a los niños y jóvenes de la ciudad, pero enseguida, se encuentra con un país xenofóbico y provinciano donde sus dirigentes e intelectuales (verbigracia, el inefable Canciller Luis López de Mesa de la época que aparece en la novela), mantienen una posición intolerante hacia los inmigrantes judíos, que llegaron por Barranquilla, huyendo de la guerra europea, en los años cuarenta. Como Geo von Lengerke, el personaje de la novela de Gómez Valderrama, Hendrik quiere huir de una guerra, y se encuentra con otra: la interminable guerra colombiana.

Pero la novela de Pardo no sólo se detiene en describir el periplo tanático del joven músico Hendrik, sino que a través de éste, nos va mostrando la historia de una ciudad y de un país, en el siglo pasado. Aquí, historia y ficción literaria se unen como una pareja indisoluble, para poner al desnudo las heridas profundas de una nación, que siempre se ha resistido a la modernidad. Cuando hablo de modernidad, no me estoy refiriendo aquí a la modernidad material sustentada en los autos, los electrodomésticos o los Black Berry que consumimos a diario, sino a la modernidad de las ideas, que siempre ha sido avara en nuestro país.
En la novela del escritor tolimense, a Hendrik le toca sufrir el ominoso episodio que sufrieron los cientos de judíos, que estuvieron presos y bajo sospecha, en el Hotel Sabaneta de Fusagasugá; sobrevive en el barrio La Candelaria a la turbamulta enardecida, que ante el magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, decide vengar la muerte de su líder; pasa una pequeña temporada en infierno, en los LLanos Orientales donde se iniciaron las guerrillas colombianas; es testigo del ascenso del grupo M-19 en la década del setenta; del auge del narcotráfico y del paramilitarismo; cerrando su ciclo tanático, en la famosa calle del Cartucho de Bogotá, a donde van los deshechables de la sociedad.
El pianista que llegó de Hamburgo representa el fatum trágico de los hombres, que queriendo robarle el sol a los dioses -como Prometeo-, sucumben ante la historia, que no perdona ni a los músicos.

Cubrimiento internacional


Video Palabra viva, de Señal Colombia

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Revista Mefisto

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Entrevista en EFE

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Comentario Roberto Monroy sobre El pianista que llegó de Hamburgo

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Comentario de Luz Mary Giraldo, El Espectador

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Comentario de la agencia EFE


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domingo, 13 de mayo de 2012

ENSAYO DE LUZ MARY GIRALDO



El pianista que llegó de Hamburgo:
las tragedias de la historia y la música como redención

Edición del domingo 13 de mayo de 2012 en el diario El Espectador

                                                                                                            Luz Mary Giraldo[1]

Años después de conocer las travesías de las Weismann por Europa, antes de llegar a algún rincón de esta América, seguimos los trayectos de Hendrik Joachim Pfalzgraf, quien, como ellas, llega a Colombia huyendo de la Segunda Guerra Mundial y se encuentra con el estallido de la Violencia partidista. Estamos ante dos novelas y dos momentos históricos paralelos: El jardín de las Weismann (1982), publicada en 1978 como El jardín de las Hartmann, y El pianista que llegó de Hamburgo (2012). En las dos se debate la terrible experiencia de la persecución nazi y el horror de la muerte, y se confronta la no menos horrorosa violencia vivida en nuestro país, desde la muerte de Gaitán. Las dos hablan de judíos inmigrantes, de seres que pierden su patria y a su manera buscan asidero en la existencia. En este sentido está en la línea de obras como Gentes en la Noria, de Simón Brianski, El rumor del astracán, de Azriel Bibliowicz, Los elegidos, de Alfonso López Michelsen, El salmo de Kapplan, de Marco Schwart y Los informantes, de Juan Gabriel Vásquez. Además, esta novela de Pardo pone en contexto la realidad colombiana, al hablar de desplazados que han debido abandonar sus territorios en busca del lugar que está en ninguna parte y que puede llegar a concentrarse en ese infierno que gravita en el submundo de la gran ciudad, alegoría de la diversidad de factores en conflicto que al prolongarse a nuestros días han alimentado nuestro propio desastre.
El aquí y el allá se entrecruzan, al relacionar por alusión y evocación hechos históricos de otras partes, como la terrible Noche de los Cuchillos Largos o el énfasis con el que los Camisas Negras quisieron imponer el fascismo italiano, o La Noche de los Cristales Rotos asumida como una forma de venganza de Hitler contra quienes no estuvieron a su favor, que se asocian a la ficción de un niño que se hace adulto sintiendo que la “guerra tomaba el camino del no retorno”, un niño que entendía que “donde acaban las palabras empieza la música” y que debía salir de Alemania en junio de 1940, conducido por su tío Azriel hacia Norteamérica en busca de la tierra prometida. Sería un viaje sin regreso, que después de varias peripecias desviaría a Barranquilla y luego a Bogotá, en épocas del gobierno de Eduardo Santos. Se trataba de sobrevivir a costa de todo en un país que cerraba las puertas a los inmigrantes y que afirmaba como “un fenómeno comprobado en la historia universal”, según palabras autoritarias de uno de sus representantes, Luis López de Mesa y reafirmadas por un presidente conservador, quien decía que “el semita es el enemigo del país donde reside y está siempre listo a dañar a aquel país que lo acoge”.
Si las bellas alemanas de la primera novela encontraron sitio en un lugar andino donde los jardines florecían, y donde lograron distraer las angustias de las guerras que suceden como espejos enfrentados, atrajeron las ternuras del amor para reivindicar el deseo de vivir en toda su genealogía, Hendrik, el personaje de esta novela de Jorge Eliécer Pardo, el judío alemán de ojos azules, cabellos rubios y ensortijados que quedó huérfano a los dos años y tuvo que soportar encerrado en un sótano hasta huir como desertor, ese transeúnte impenitente que ama la música y los pianos, busca en muchas partes un lugar o, mejor, busca hogar para encontrar sosiego, al hallar el amor también encuentra la plenitud y también jirones de miseria en el abandono. La guerra que lo obliga a huir se prolonga como una pesadilla que resuena en su trayecto vital durante su largo medio siglo en Colombia: “huía de la guerra pero la guerra lo persiguió siempre”, dice la voz narrativa al comienzo, lo que a su vez anuncia en las primeras páginas una suerte de destino signado por su genealogía, en esos padres que estuvieron unidos por la desgracia de la guerra; pues ellos no imaginaron jamás “que su único hijo viviría, muy cerca y en su frágil corazón de artista, la violencia, en remotas tierras americanas”.
Novela de inmigrantes, de historia, de ciudad, de aprendizaje o iniciación, de amor y tragedia, narrada por una voz omnisciente que entra y sale del personaje mientras construye el relato que acompaña hechos o situaciones históricas y de ficción, en un avanzar de manera lineal pero a la vez jugando con tiempos y espacios, así como entrecruzando discursos históricos, políticos, de otras ficciones, de poemas, de personajes, del cine, de la música, del arte, de fotografías que miran, acusan y reflexionan, todo ello en un franco diálogo de textos que dan vida a la época o a los lugares referidos. Es importante destacar la presencia de los pianos y sus marcas, los fragmentos de partituras y las fotografías que parecen sostener las paredes, pues con ellos se muestra una historia de retazos y de referentes que se desvanecen.
Como toda novela de inmigrantes que se abren camino en la nueva sociedad a la que arriban, El pianista que llegó de la guerra lee y confronta la historia y la política nacional, y en algunos aspectos revisa la de Europa, particularmente la del Holocausto en esa primera mitad del siglo XX. Si el personaje se abre camino como músico en la ciudad gris en la que estalla el Bogotazo, también encuentra refugio en la creación de una familia que una vez constituida lo abandona a su suerte en el territorio colombiano, para verse sujeto a nuevas experiencias vitales que lo hacen retomar constantes procesos de iniciación. De ahí que podamos leerla también como la reiterada aventura de viaje de un personaje sometido a permanentes desplazamientos que en sí mismos son rituales de iniciación y purificación: cada lugar que convierte en su sitio de vivienda o de exploración (Bogotá, Villavicencio, la Selva, el Cartucho), cada encuentro con otro, cada relación amorosa, cada irse y volver, en fin, cada uno de sus trayectos y travesías es una forma de conocimiento y de comunicación que se fortalece con la música: de ahí la presencia de la escuela o la enseñanza de la música, la imagen imponente de los pianos que van y vienen redimiéndolo, de ahí el dolor de la pérdida de aquellos importados de Alemania que mueren consumidos por el fuego del 9 de abril de 1948.
Una de las modalidades de las epopeyas es la del viaje del héroe, quien cumple ciclos de aprendizaje hasta convertirse en personaje representativo. Hendrik encarna al héroe moderno que pasa de la epopeya a la novela. A diferencia del personaje clásico es, pues, un antihéroe que no regresa a casa para morir y encontrar honor y gloria, es más bien un inestable individuo que viaja, busca abrirse camino, conoce, aprende, se relaciona con otros y generalmente estos son “ángeles guardianes” que no sólo lo ayudan, acompañan y compensan, sino lo orientan y le abren ventanas. Son relaciones incompletas. Sólo la música, dondequiera que vaya lo libera, lo redime, lo hace menos infeliz. En sus momentos más álgidos, cuando no compone, interpreta un concierto, generalmente el Numero Uno de Brahms, con un instrumento imaginario. Algo de Schumann, de Chopin, de Debussy, un arpa que se rasgue en el llano, una canción o una lied que rompan el aire. Para él, como para Niestzche, “sin la música la vida sería un error”, pues, como dice quien narra: “La música alejaba los malos espíritus llamando a los buenos, que lo ayudarían a ser menos infeliz”.
La violencia que lo persigue se convierte en termómetro de una época, de unos países y de la Historia: por un lado sus reiteradas pesadillas que entretejen el pasado de la patria abandonada o la presencia de una mujer ideal que lo sostiene; por otro, el desangre que inunda a Colombia durante casi todo el siglo con las imágenes de los descamisados, las de los pájaros y los chulavitas, las de las guerrillas liberales y sus personajes legendarios, las de las dictaduras, las de los camaradas, las de las componendas políticas, las de las mafias, las del mas y tantas otras que sumadas entre sí muestran no sólo el resquebrajamiento de la sociedad y del territorio, sino la confluencia del desastre histórico.
La ciudad, Bogotá, se muestra hecha y deshecha; se reconoce en ella la paradoja: los desastres modernizan las urbes, ya que de la destrucción surgen los proyectos modernizadores que como la violencia, van aboliendo todo vestigio de memoria o van reconstruyendo lo perdido, armando lo nuevo con necesarias transformaciones arquitectónicas; en la ciudad se percibe el crecimiento demográfico causado por el desplazamiento, así como la creación de avenidas, del velódromo, del hipódromo, del estadio, de las casas Tudor y el estilo inglés, del desplazamiento de la Candelaria a Teusaquillo, a Chapinero, al norte, como una de las formas de tránsito social. Y si ella se desarrolla, también desde ella se nombra al país aludiendo sucesos o personajes emblemáticos que sugieren hitos históricos y fechas satisfactorias, “terapia del olvido histórico”: Luz Marina Zuluaga es elegida Miss Universo; Ramón Hoyos gana la vuelta a Colombia, se crea el Frente Nacional; en busca de estabilidad se viven “cacerías de brujas”, hasta llegar a un hecho culminante: el asesinato de Rodrigo Lara Bonilla. Así pues, desfilan, como una marcha fúnebre los años cuarenta, cincuenta, sesenta, setenta, ochenta, prolongándose hasta la década de los noventa para mostrar un sitio sincrético y definitivo, alegoría de la devastación y la decadencia: El Cartucho, esa suerte de centro del dolor, del horror y la nada, suma de la historia y del despojo, lugar de los “hijos de los hijos de los menesterosos que desde el siglo XIX estuvieron asistidos en el Asilo de Mendigos (...)”. Lugar donde “se juntaban no sólo los que provenían de la miseria absoluta de la ciudad sino los espoleados por la guerra y el desamparo. Allí convergían de distintas zonas del país, primero con sus familias y luego desmembrados por la cloaca que todo lo destruye.”
Hendrik, es un personaje nacido en la guerra y perseguido, alimentado y devorado por la guerra. Gran paradoja para un individuo “que salió de Hamburgo huyendo de la guerra y que no era más que un expatriado que pretendía esconderse del exterminio”. Nacido para el amor, el amor lo atrapa, lo abandona y destruye. Ya el autor había explorado el tema del amor en sus obras anteriores, particularmente en Irene y en Seis hombres una mujer. Paradoja para alguien que encontraba en la poesía de Hölderlin la resonancia de sus propios sentimientos: “¿No es más bella la vida de mi corazón/ desde que amo?”. De ahí que leída como novela de amor, es claro que éste es remanso, refugio, amparo, sin embargo, los amores aquí son trágicos, pues no alcanzan la plenitud salvadora: abandonan y se ausentan, dejan en orfandad, en una soledad delirante que desequilibra y destruye.
Como en tantos autores contemporáneos, en esta novela de Jorge Eliécer Pardo, el arte es la única salida: en este caso la música que, contrario al amor y su muerte, acompaña. Es arte supremo, verdadera iniciación, fortaleza, redención, religión, es decir, en sentido estricto, religare, unión profunda, vibración del oído al corazón.


[1] Poeta y profesora de la Universidad Nacional de Colombia.